miércoles, 10 de diciembre de 2014

Cine internacional: influencia y cambios

El cine entró en crisis en los noventa. Desde entonces, no ha vuelto a ser el mismo. Las carteleras están plagadas de superproducciones y de comedias baratas, el cine independiente se ve reducido a salas minoritarias y el público, el más allegado y fiel compañero del Séptimo Arte, se muestra indiferente ante tanto desperdicio. Y no es culpa de la piratería ni de las nuevas tecnologías, sino de una sociedad adormecida por el auge del efectismo barato, la búsqueda de realismo en la grandilocuencia y la necesidad de encontrar falsos prototipos con los que identificarse. El espectador solicita cada vez más espectacularidad, y las productoras, que no pueden hacer nada sino acceder a sus peticiones, se ven condenadas a superarse a sí mismas. Por tanto, la degeneración de la calidad simbólica y narrativa de las películas se fundamenta en dos principios básicos: lapasividad de la sociedad moderna y la mansedumbre de los grandes estudios. Ambos han conseguido que el arte del cinematógrafo se estanque y que la crisis de contenidos sea la más preocupante de su historia. La "industria de la creación sueños" ha pasado a convertirse en la "industria del entretenimiento a secas". Una interminable selección de títulos vacíos de contenido lo demuestran. Títulos lucrativos, vistosos y técnicamente sobresalientes, pero huecos, inconsistentes en su formulación interna.

El cine ha pasado de ser un medio de expresión artístico y social a un artificioso espectáculo de masas. En 1956, en plena Guerra Fría, y en los últimos años del síndrome macarthista, películas como La invasión de los ladrones de cuerpos fueron retratos de la histeria colectiva que se cernía sobre la población norteamericana. Por tanto, el cine era una herramienta de expresión social en la que el pueblo encontraba representadas sus dudas y temores. Cada uno era libre de interpretar el significado de la obra a su manera, pero la lógica y el concepto estaban ahí, escondidos tras un trávelin contrapicado, un juego de luces y sombras o un montaje acelerado. Fue entonces, en los noventa, cuando la semiótica y las tramas complejas con finales abiertos, muy comunes entre los años cincuenta y ochenta, dieron paso a una sucesión de productos en cadena de gran calidad técnica pero vacíos de contenido.

Como la evolución de la cinematografía siempre ha sido un proceso lento, los avances técnicos y narrativos fueron imperceptibles a simple vista. No obstante, a partir de los noventa, la evolución toma un ritmo vertiginoso, y lo que era moderno en 1996 queda anticuado cinco años más tarde. El problema surge cuando el relevo de los grandes cineastas de antaño lo toma un grupo de jóvenes ansiosos de dinero y fama. O peor aún: un ejército de copistas de clásicos que pretenden imitar a grandes iconos del cine independiente. Ya dijo Milos Forman que existían dos tipos de cineastas: aquellos que habían sido inspirados por el gran cine de Fellini, Welles o Bergman y pretendían imitarlos, y aquellos otros que, como reacción al mal cine, se lanzaban a la puesta en escena como a una revolución. En conjunto, el segundo grupo es el más prometedor, teniendo como máximo exponente la nouvelle vague francesa. Pero también es el más escaso. Si a la falta de innovación se le une la dificultad de acceder a una industria tan compleja, las posibilidades de encontrar un genio que domine todos los ámbitos de la cinematografía son prácticamente inexistentes.


El añadido preocupante es la indiferencia social, lo que convierte esta decadencia en un problema cultural. La globalización nos permite unos lujos que hace años eran impensables. Estamos intercomunicados, tenemos acceso a un descoumnal catálogo de posibilidades y nos beneficiamos de numerosas promociones. Pero mientras que se arguye que ir al cine es demasiado caro y que, por consiguiente, no merece la pena invertir en ello, las filmotecas y las salas que proyectan filmes en versión original, y que ofrecen grandes descuentos y promociones, van cerrando por la falta de beneficios. Ellas son las principales víctimas.

Por tanto, el cine ha dado más de sí de lo que se estimaba posible. Ha traspasado sus posibilidades artísticas y está volviendo a sus orígenes, a aquellos tiempos en los que fue un espectáculo de masas para el pueblo llano (una buena comparación sería el auge del realismo romántico hollywoodiense). En su momento desplazó a la literatura, ahora está siendo reemplazado por las series de televisión y pronto será sustituido por los videojuegos de última generación. Como en el ciclo de la vida, el más fuerte (en este caso el más entretenido) es el que acaba sobresaliento por encima de los demás.

Por: David Reszka, Naomi Sangare, Javier Fernández y Lets Arthur Abad (Mesa 3).

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